viernes, 4 de diciembre de 2009

Poema de Navidad (fuera de concurso)


¿RÉQUIEM POR LOS REYES MAGOS?
Como en tantos otros pueblecitos de la geografía española aquí discurrían amansadas las aguas, y campesinos i mineros arrancaban de la tierra el escaso pan que les daba vida. De esta época permitidme licencia para contaros una pequeña historia, ni larga ni muy farragosa, dotada de un qué de hechizo:
Al confesionario se presenta muy decidido un niño delgaducho, para confesarse: El Padre confesor, hombre ya entrado en años, rompe el hielo sin más preámbulos:
—Veamos, jovencito, qué te acongoja?
—Padre, ayer robé un equipo reproductor de música de una casa.
Después de esta decidida confesión se queda callado, como esperando la reprimenda.
—Y qué más has hecho hijo mío?
—No, yo sólo he venido a confesarme de esto.
El Padre comprende que está ante un rapaz con carácter.
—Bien, supongo que te das cuenta del pecado que has cometido y que vas a restituir el fruto de tu falta?
—Sí, padre, aquí te lo traigo para que tú mismo lo devuelvas. Ya te diré cuál es la casa
—Eh, niño, eso lo has de hacer tú! Y dime: Estás arrepentido de haber faltado al séptimo Mandamiento?
—Sí, padre, porque resulta que el sonido es demasiado metálico y no me gusta.
—Esa no pega! A ver, veamos si te he entendido bien: Vienes a pedirme perdón por el pecado de hurto y estás arrepentido y dispuesto a no volverlo a hacer más, verdad chico?
—No, padre, yo sólo quiero devolver el aparato porque suena mal, es de mala calidad.
El clérigo se suelta para sus adentros: “Carajo con el crío!” Y en voz suficientemente alta: —Me estás diciendo que por ventura habiendo pecado no lo devolverías si sonara bien?
—Y claro que está! Yo quiero uno de bueno.
—Pero, no te das cuenta que esto no lo puedes hacer? —insiste el Padre.
—Sí que puedo, padre, sí que puedo —contesta con firmeza el chaval, que de acongojado, nada de nada!
El reverendo opta por atraer la atención del chico hacia las ventajas que aporta una vida más tranquila:
—Bien, ahora ve a sentarte al primer banco y rézale cinco avemarías a Nuestra Señora. Después vete a devolver el aparato, y el domingo a las doce quiero verte en el mismo banco a oír Misa. Entonces, acabado el Santo Sacrificio, te invitaré a comer y te mostraré un montón de maravillas que te harán ver cuánta y cuánta belleza tienes a tu alcance, que te ayudará a distraerte de esta manía enfermiza por los aparatos de música.
* * *
MISA A LA PARROQUIA, DOMINGO
Todo el mundo se pone en pie a la entrada del oficiante, saluda desde el altar e invita a persignarse se. A continuación se dirige al púlpito, pone en marcha la megafonía, comprueba el volumen del micrófono y se dispone para la plática.
Celedonio está en la primera fila, solo. El resto de feligreses, como es habitual, a partir del sexto banco. Marta con sus padres, sentados en el sexto banco, ingenio toda ella dice a su padre:
—Te has fijado, papá, esto parece el “cole”; nadie quiere ponerse en primera fila por miedo a que la “Señu” les pregunte la lección!
—Calla, hija, estamos en la casa del Señor.
El presbítero está hoy eufórico: Un cordero perdido vuelve a su redil i está a punto de ganar un alma para el Cielo. El sermón suena a madrigal, brillante e inspirado; los ojos le lucen como nunca los han visto lucir antes los feligreses; hoy les encanta oírle hablar. Y las últimas palabras del párroco han sido:
—Recordad bien, hermanos y hermanas en Cristo, nada ni nadie está del todo perdido: con llamar a la puerta del Señor, ésta se abre de par en par.
* * *
Cumplido el precepto dominical, el Padre llama al chiquillo y se lo lleva a la sacristía. Le muestra una lipsanoteca conteniendo el acta de bendición de esta iglesia, y una imagen medieval de San Martín, santo que preside esta parroquia y es el patrón del pueblo; le muestra unos papiros muy antiguos y una librería repleta de historias de santos. Ojean toda la iglesia, detallándole aquí, acá o allá, la personalidad que representa cada figura y el significado de cada cosa. En la biblioteca toman asiento delante por delante en unas sillas tronadas, pero confortables, y el padre Rota rompe el silencio expectante del chico:
—Cómo te llamas? De qué casa eres?
—Celedonio. Vivo con mi madre, en la Cabaña de los Cerros.
—Bien, Celedonio, ahora hablaremos de negocios y de hombre a hombre.
Celedonio se encoge de hombros medio sonriente.
—Tú no puedes ir por estos mundos haciendo el rata!
—Por qué no?
—Porque aquello que cojas no es tuyo.
—Ah, ya, por eso lo cojo, lo hago mío y ya está!
—No es esto, no es esto. Tú debes respetar lo que es de los demás.
—Por qué he de respetar...
El presbítero no le deja acabar:
—Tú debes un respeto por la propiedad ajena, por y para las personas, por y para los demás, por y para el prójimo, como ellos te lo deben a ti.
—Por qué, si nadie me ha dado nada.
—Qué sí, caramba, que sí, que los demás son personas como tú! Te gustaría que te quitaran tus cosas?
—Mis cosas. Ja, ja, ja, qué cosas? No estás en tus cabales: Yo no les debo nada.
—Eso a ti te lo parece! A ver, quién te ha traído al mundo?
—Mi madre.
—Lo ves, ya tienes una deuda! Quién te ha hecho crecer?
—Mi madre.
—Bueno: Quién te ha ayudado a hacerte un hombre?
—Soy un niño, qué no lo ves?
—Bien, “puñeta”, sí, un niño mayorcito y avispado. Pero, quién te ha ayudado?
—Nadie.
—Qué te lo crees! Todo en este mundo está interrelacionado, nada que se haga se hace sin el concurso o la influencia de otras cosas, de otras personas, de otros hechos.
—Ay, qué bobalicón eres!
—Es que no crees en Dios?
—Debo creer?
—Sí, mucho!
—Si te digo que no, entonces me pegarás, verdad?
—A ver, a ver, tú no ves que hay quien vela por ti? Crees que estás vivo por obra de encantamiento?
—No, claro está. Estoy vivo porque cuando era niño mi madre me amamantó, y ahora ya me sé despabilar.
—Pero no ves que eres obra de Dios, como lo somos los demás?
—Pues ahora que lo dices… No, no creo en Dios, porque sólo ha hecho que porquería!
La respuesta del párroco es francamente brusca y reactiva:
—Celedonio, esto no lo digas ni en broma, ni enfadado! Cualquiera que sea tu suerte, no justifica que te desahogues así con el ser supremo, que es nuestro Padre Celestial.
Y continúa: —Tú no te has propuesto nunca ser un buen niño, hacer tilín, ser estimado y admirado, merecer confianza y hacerte un hombre de provecho?
—Sí, claro está, cuando era pequeño y esperaba los "Reyes".
—No, no en una cosa tan poco seria y trivial, no, quiero decir de verdad?
El semblante de extrañeza del chaval hace que el párroco se dé cuenta que ahora no enfoca bien el asunto, y corrige:
—Mejor dicho, mejor dicho, te escucho: Va, di cómo te sentías entonces.
El aspecto del mozuelo deviene muy compungido:
—Me sentí muy desgraciado.
—Pero si los Reyes son como un sueño...
—Si tú lo dices.
—Qué te pasó, para que te suponga tan mal recuerdo?
—Aprender de pequeño que los niños ricos siempre son buenos y los niños pobres siempre son malos, era demasiado!
Eh, jovencito, qué dices ahora, qué dices? De ninguna de las maneras es esto cierto!
—Sí, sí, a mí me lo contarás.
—Bien, quizás puedas explicármelo tú?
—Sí, claro está.
—Pues va, acláramelo.
—Sabes, yo quería que los Reyes me trajeran un juego de bolos para jugar, y unas alpargatas nuevas para aligerar unas llagas en los pies que me hacían andar mal, y una lupa o un cristal de aumento para ver mejor los insectos. Mi madre escribió a los Reyes, y me dijo que debería ser buen niño, que sólo me lo traerían si callaba cuando el padrastro estuviera en casa y le obedecía en todo lo que me dijera, y no le hiciera enfadar; que le diera un beso cuando llegara a casa. Sí, padre, sí, yo fui buen niño, e iba a mi cama a llorar la rabia y el mal de los alpargatazos que a menudo me arreaba mi padrastro, y le vaciaba el orinal a la comuna como me mandaba, y le raía las costras de los pies, y no le decía nada, y le daba un beso, y cuando me arreaba un tortazo, le daba más besos para que no se enfadara... y no le replicaba, y no le replicaba. Yo fui bueno, fui bueno, pero los Reyes no me trajeron nada!
Celedonio esconde la cara entre las manos, y el padre Rota se pone en pie, toma el pañuelo de su manga izquierda i se acerca al chaval; le aparta las manos suavemente, le enjuaga las lágrimas, y lo aproxima a su regazo acariciándole los cabellos. Celedonio llora a moco tendido, cosa que no pudo hacer antes, porque nunca tuvo con quien llorar, desde aquel desgraciado día de Reyes Magos, cuando descubrió que los niños ricos siempre son buenos y los niños pobres siempre son malos, a los ojos de un infante de 7 años.
Se limpia los mocos con el pañuelo gentilmente cedido por el clérigo, y el silencio que el cura prefiere mantener facilita que el niño continúe aquella narración, ahora entre lloros y risas:
—Lloré tanto que mi madre también se puso a llorar, y se pasó el día haciéndome unos zuecos, aprovechando la tela de mis alpargatas viejas, que lavó y dejó como nuevos poniéndoles una harina blanca, blanco de España decía mi madre. Del tendero me trajo un "citral", y aquella noche me dejó dormir con ella, porque el padrastro no estaba en casa, sabes?, a veces no venía. Y me dejó jugar con sus tetas, pero no daban leche. Sabes, en aquel mundo sólo era yo, y también mi madre; todo lo demás era una mierda podrida!
—Pero no te das cuenta que los Reyes te vinieron a través de tu madre? —osa intercalar el padre.
—Aquello no fueron los Reyes, fue mi madre!
—Sí, y me acabas de relatar una historia de amor y de Reyes, a la vez que maravillosa, salida del corazón, salida del alma, con amor...
—Si tú lo dices...
—Pero, es que no ves que tu madre te amaba mucho...
Celedonio corta con contundencia:
—Sí, y lo tuve claro, mi madre, lo único que yo amaba, lo demás todo porquería, como continúa siendo ahora, todo que da asco!
—Chico, acepto que éste fue un hecho muy doloroso, i que lo tuyo ha sido una vida aperreada, pero es sólo un caso puntual, Celedonio, tú has de reconocer que muchos otros hechos, de una u otra manera, te habrán sonreído favorablemente...
—Síiiii?, va, dime de alguno, dime de alguno!
—Pues... —Se lo piensa un poco —pues el colegio te habrá permitido hacerte una persona, hacer amigos, educarte...
—Enreda que te enreda! Tienes las ideas tan negras como la sotana! Aun no tenia siete años que ya acarreaba estiércoles, despampanaba guisantes o judías, fregaba establos por las casas... Y alguna mañana iba al colegio, donde la doña “pegalotodo” me pegaba a los dedos con una vara, en pleno invierno, unas veces porque llegaba tarde, y otras porque había faltado a clase...
—Mira Celedonio, mira: Que el mundo sea injusto, sólo quiere decir que debemos hacerlo mejor, más grato a los pobres y a los desvalidos. Pero tú no eres pobre ni desvalido; tienes una inteligencia clara y ufana; que sepa no estás lisiado, y hablas maravillosamente. Crees que tu habla es una mierda? No, nene, no! Tu habla, tu pensar, esta mirada penetrante y inquisitiva, todo esto no es porquería, ni te lo ha dado tu madre, aunque ella habrá sido en buena parte la transmisora. Todo esto son dones de Dios...
El chaval no le deja acabar:
—Y un jamón! Por qué me cuentas chismes y otras hierbas?
—Veamos, Cele, Celedonio para ser más correcto, según tú todo el mundo es pura inmundicia?
—Sí.
—Yo también?
—Si no me has de pegar, sí!
—Tú también?
—Sí, yo también soy una mierda podrida.
—Sabes que estás de la banda de Dios, con tu actitud, en términos generales?
—Ja, ja, ja. A misa te has engullido entera la botella de vino!
—No, Celedonio, es porque consideras a los demás como a ti mismo, y esto es justo! Y veamos: Te he hecho algún mal?, crees que quiero hacerte daño?
—No, todavía no, pero quizás sí cuando hayas intentado aguantarme dos o tres días.
* * *
La mayordoma rompe la conversación para invitar a mesa: A la Rectoría, la comida está a punto.
Durante el almuerzo:
— Celedonio, sabes que yo estaría muy contento de tenerte de apagavelas, te pagaría un sueldo que permitiera ayudar a tu madre en los gastos de la casa, y también facilitaría que pudieras estudiar. Yo confío en ti, sé que podrás llegar lejos si te lo propones, porque tienes mucho talento. Y te ayudaría como si fueses hijo mío.
—Ala, padre, que tú no puedes tener hijos! —le recuerda el mozalbete.
—Hijos en Dios, sí Celedonio; yo, padre como lo fue el tuyo, no, es verdad. Va, chaval, que la propuesta es mano de santo!
—Me cae como pedrada en ojo de boticario! Siendo así, sí que acepto. Pero sepas que yo quiero ser bueno; quiero serlo, pero siempre acabo metiéndome en algún entuerto.
Replica el párroco:
—Como todos los niños i niñas de tu edad. Chaval, antes no me hagas las que yo hice a mis padres tienes mucho camino por recorrer.
Celedonio le confirma la devolución del aparato musical a la casa de donde lo sustrajo, i explica que se ha sentido especialmente arrepentido.
La despedida ha sido muy prometedora: En los próximos días empezará de monaguillo, apagavelas como prefiere decir padre Rota. Y el brillo en los ojos de Celedonio muestra cómo se siente de gozoso; podrá mantener a su madre!
A la salida llueve a cántaros. Celedonio recoge su aro medio oxidado que había dejado antes de entrar, justo cuando el párroco le extiende la mano, se estrechan efusivamente las manos, i el crío se va haciendo rodar el aro con un bastón, mientras padre Rota, instintivamente se enjuaga la mano en la pechera, mojada por la lluvia.
Fue un almuerzo muy cordial
* * *
MISA EN LA PARROQUIA, DOMINGO SIGUIENTE
El domingo es un día muy entrañable. Las personas se sienten más amistosas y las conversaciones entre unos y otros, entre hombres y mujeres, sean mayores o menores, devienen cálidas y agradables. Constituye un día y unas horas que se prestan bien a oír Misa como un hecho social y religioso muy adecuado. Además, fuera de la iglesia el frío pela y adentro se está pero que muy bien.
La entrada del clérigo, orientada hacia el altar, es seguida atenta y respetuosamente por los feligreses, los cuales se ponen en pie. Da la bienvenida y se dirige al púlpito, pone en marcha la música, da unos golpecitos al micro para comprobar el volumen… No suena. Verifica las conexiones, vuelve a conectar, más golpecitos… Ningún sonido. Con un acto automático, nada meditado, destapa la caja del equipo musical…
Se lo han llevado!
Los feligreses de la sexta fila, la primera donde hay gente, pueden sentir claramente la exclamación del cura:
“Hijo de mala madre, ya me lo has robado. No podías mangar el de otro y no el mío?”
A la Marta, oyente de la sexta fila, le dice su madre:
—Has oído cómo habla?
—Sí, habla latín! Ji, ji, ji.
* * *
DÍAS DESPUÉS, FIESTAS DE NAVIDAD
Unas voces de socorro i…
—Celedonio, hoy los Reyes me han devuelto la megafonía, que yo tanto necesito... Quizás los mismos Reyes te habrán escuchado, con retardo, sí, pero en el momento que más bien entenderás su existencia.
—Este sí que es un buen equipo, Padre; me dejas que venga a oírlo en tu casa? Podré yo conocer este Señor que vela por mi?
* * *
Celedonio, a sus 12 años se convirtió en cabeza de familia. Los dineros que percibía como apagavelas contribuyeron a vivir dignamente madre e hijo, y no estoy seguro de ello, pero me parece que entendió bien la existencia y el significado de los Reyes Magos.
Rossend Mangot
Navidad de 2009 y Reyes de 2010


Que el gozo de estas fiestas navideñas contribuya a la paz, la solidaridad y el amor, unidos a la prosperidad de los pueblos
Con afecto, Casal d'Avià

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